12 diciembre 2012

Pensar la crítica

¿La crisis nos ha hecho más maduros, más conscientes, menos dóciles? 

Muy relativamente, me temo. Si acaso, vivimos un poco más al cabo de la calle. Un barniz de economía para salir del paso. Pero nos faltan competencias para comprender mejor la realidad. Además, el temor nos suele hacer sumisos. En general, nos agarramos a unas pocas certezas y preferimos reafirmarlas a base de consignas que se ponen de moda y que repostamos a diario. Somos manipulables; nos educaron sobre todo en la repetición y vivimos en la propaganda y el entretenimiento simple. Todo eso trae consecuencias: de la anécdota hacemos categoría, y de la categoría anécdota.

¿Cómo ser entonces más críticos? Por medio de la cultura y la sensibilidad; con esfuerzo de raciocinio y atención. Haciéndonos preguntas, interrelacionando contenidos, valorando los argumentos por encima de emociones. Las personas y organizaciones críticas tienen capacidad de retentiva y leen más allá de la escenificación del marketing. A veces hasta se anticipan y predicen la evolución de los acontecimientos.

La crítica no es sinónimo de insulto, ni de altivez, ni de exageración. No toda crítica es buena como no toda heterodoxia es aceptable. El crítico debe ser autocrítico y evitar la soberbia. Debe saber escuchar y hasta cierto punto empatizar, para poder ofrecer alternativas. Un buen crítico es por tanto un observador nato, pero no discierne todo. Sabe la importancia de los matices, y el riesgo de caer en dobles morales. No puede estar desinformado, quedarse en los estereotipos o limitarse a ser la voz de los ya convencidos. Tampoco puede ser crítico quien no duda, quien no entiende el sufrimiento, quien nunca rectifica.

Un problema de la crítica es su carácter polisémico. Lo propio del crítico es disentir, pero disiente muy diferente un individuo de izquierdas que de derechas. Sus conceptos sobre el progreso y el bien común están muy alejados sobre el papel. Sin embargo, como apuntó el pensador Norberto Bobbio, "quien se considera de izquierda, de la misma manera que quien se considera de derechas, considera que las dos palabras se refieren a valores positivos". Esta es la pluralidad que nos define, nos enriquece y nos complica, porque entre otras cosas nos empuja a distinguir entre el hecho de tener tendencia y el defecto de ser tendencioso. Y a revisar hasta qué punto nuestras convicciones están hechas de categorías identitarias y sentimientos de pertenencia previos.

La crítica es compleja porque complejo es un mundo tan repleto de hiperdesigualdad como de apariencias amables y amortiguadoras. Advierte el filósofo Daniel Innerarity (El País, 4-1-04) que “los sistemas se hacen inmunes frente a la crítica asumiéndola” por lo que “no hay nada mejor para neutralizar una rebelión desde el poder que ponerse de su parte”. Añadamos a esta certera reflexión una reveladora frase de Felipe González, pronunciada en 2010, para entender mejor el rompecabezas en el que estamos metidos: "En las luchas de poder las relaciones son subterráneas: las cuatro quintas partes, como en el iceberg, no se ven".

Cinismos del ex presidente aparte, ahora más que nunca se necesitan buenos críticos que descifren lo que no se ve pero influye más. Que analicen las cuestiones de fondo y no se queden en la epidermis de la actualidad más comentada. Que inquieten a los poderes abusivos, a quienes manejan los hilos y se hacen invisibles para volverse incuestionables. Son los primeros interesados en que cunda el fatalismo, la desmemoria, y en definitiva, una blanda democracia.
Criticarlos es propio de radicales, entendidos, claro está, como aquellos que van a la raíz de los hechos. 

Saber más: Dos ideas de Rafael Argullol


  • "Sería un milagro que los estudiantes españoles fueran cultos y sensibles en medio de una sociedad inculta e insensible como es la sociedad "nueva rica" de los últimos lustros".
En RTVE.es (18-11-11)


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