24 julio 2007

Cultura para rechazar la guerra

Que la guerra rompe y marca es algo tan sabido como que se organiza, se aplaude, y se comunica

Por Dios, por Alá, por el vínculo transatlántico, por jugar en primera división, o por no pasar a tercera; por recursos, por complejos, por miedo, por la Bolsa, por tantas y tantas cosas, la guerra se hace. Una brutal forma de entender la justicia con ajusticiados y colaterales, y que aterroriza.

Dice la UNESCO que la paz pasa por desterrar las guerras de nuestras mentes. Como afirma el presidente de la Fundación Cultura de Paz, Federico Mayor Zaragoza, la paz también se prepara:

"Hemos estado viviendo en una cultura de fuerza y poder. Ahora debemos transitar hacia una cultura de entendimiento, de diálogo, de paz (...) Hoy debemos de aprender y enseñar a vivir juntos".

"Lo que nos está pasando es que los constructores de paz no estamos ni preparados ni somos capaces de expresarnos con la fuerza que debiéreamos cuando llega el momento. Y entonces nos ganan casi siempre los que han preparado la guerra".
(Diario de Noticias, 7-11-03)

Ya sabemos que la guerra se reviste de de modernidad y hasta de ritmo marcial con sus “bombardeos acompasados”. Y que se disfraza de eficacia, de precisión, de servicio, responsabilidad, limpieza, e inteligencia. No se va a vestir de odio, sangre, morgues, lisiados, huérfanos o enloquecidos. La guerra se vende como inevitable, la guerra calienta el miedo, acusa a sus críticos de idealistas o sensibleros, y trae censura y manipulación. Los partidarios de una guerra deshumanizan al enemigo. El choque de fuerzas, la lucha violenta por la supervivencia descontrolan la brutalidad más caduca. La guerra es carísima, pero según para quién resulta rentable. Hay una industria que la alimenta. La guerra mueve poderosos intereses, importantes gabinetes de comunicación, think tanks, medios y líderes de opinión. Sin embargo, el poder político, económico o incluso militar no está en las batallas. Las víctimas suelen ser más anónimas.


Más información:

- En un boletín de la campaña Dividendo por la Paz, lanzado por la CONGDE en el año 2000, el catedrático de la Universidad Complutense José Luis Abellán subrayaba que la primera técnica para favorecer el diálogo y la cultura de paz es “no creer que siempre toda la razón ha de estar de nuestra parte y ninguna en la parte contraria. (...) Tenemos que aprender a contenernos para no imponer de modo avasallador lo que creemos nuestras razones”.

- "Porque las guerras, además de gasolina (en dinero y en vidas), consumen aceite. En el caso de la invasión de Iraq el aceite lo proporciona el lenguaje. Concretamente, el uso cosmético, mendaz, perverso que se hace del lenguaje, hasta convertirlo en lubricante, en vaselina que ensancha las tragaderas de la población occidental ante los excesos bélicos.
Me dirán que esto no es ninguna novedad. Cierto. Ya Julio César arrasaba lo que hoy es Francia al grito de "vengo a pacificar las Galias", y este uso del lenguaje como aceite lubricante no ha hecho sino progresar. Al hablar de la campaña de Iraq, los altos mandos de Estados Unidos nos han sepultado bajo una montaña de eufemismos. Han abusado de los "daños colaterales" -cuando debían de hablar de homicidos injustificables-, de las "bombas inteligentes" -que impactan donde no deben- y de las "armas de destrucción masiva" -que, de momento, siguen dando nombre a la nada.
A juzgar por los comunicados de ese alto mando, sus aviones no bombardeaban posiciones enemigas, sino que soltaban "paquetes de fuerza", mientras "visitaban lugares". Esos aviones no descargaban sobre objetivos militares o civiles, sino sobre "dianas duras" o "blandas". Y no destruían puentes, fábricas o carreteras, sino que "suprimían", "degradaban" o "saneaban" "objetivos".
En esta guerra, como en todas, el lenguaje se usa para dar forma a la realidad. De modo que ha sido "encamado" con los invasores, a los que sirve en las citadas funciones de aceite lubricante. Conviene recordar que, hasta hoy, llevamos consumido ya mucho combustible, en dinero y en vidas. Y también mucho aceite, en lenguaje y en verdad -su componente más volátil-. Lo cual, teniendo en cuenta que la lengua es la principal herramienta del diálogo y del entendimiento, no debería dejar de preocuparnos ni un minuto".

Llàtzer Moix, "El combustible". La Vanguardia (7-9-03)

  • Hermann Goering, ministro de Hitler, dijo que para arrastrar a la guerra, ya sea en una democracia o dictadura fascista o comunista, "lo único que hay que hacer es decir que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por poner al país en peligro".

No hay comentarios: