08 abril 2010

Hambre: cuando el imperativo ético no impera y la sensación es de normalidad

Decimos que la pobreza en el mundo es intolerable pero pensamos que es inevitable

"Nuestra cotidianeidad está dominada por una espiral de consumo insostenible y por la sensación de "normalidad" de nuestra forma de vida, aunque sólo 1 de cada 6 habitantes del planeta vivimos así: somos unos privilegiados"

Corina Mora, de la Plataforma 2015 y más en el informe "Para salir de la crisis PRIMERO LA GENTE", editado por esta entidad.

Hace dos años esta periodista recordaba que las políticas económicas de los países ricos y acomodados influyen en la vida de millones de personas en el Sur. Debería obligarse a los primeros a contener sus intereses y los de sus transnacionales, como garantía de un bienestar mucho más repartido. En España todos los partidos con representación en el Congreso durante la anterior legislatura firmaron en diciembre de 2007 un Pacto de Estado contra la Pobreza, a instancias de la Coordinadora de ONGD de España, acuerdo que expresa el “imperativo ético, social político y económico de lograr el objetivo de erradicar la pobreza”.
Para luchar contra esta desigualdad extrema se necesita apertura de miras, normalizando lo que debería ser normal, el derecho de los seres humanos a vivir con unas condiciones dignas, a disponer de oportunidades elementales. Eso es alta política.

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Tal vez se discuta poco sobre la desigualdad internacional porque se ignora o se prefiere ignorar sus causas. ¿Hay más temor a saber que a desconocer?

Blanca Diez Peña, vocal de comunicación de la CONGDE hasta abril de 2009, alertó hace más de un año sobre el riesgo de que las ONGD se conviertan “en elementos de amortiguación de los propios desajustes del sistema, en lugar de ser revulsivos para cambios profundos”. Lo hizo en un taller organizado por la Fundación Carolina.
En el mismo encuentro el periodista Juan Antonio Sacaluga, afirmó: “la trivialización es rigurosamente incompatible con la comunicación para el desarrollo porque éste implica la conexión de numerosos factores”. Por eso, según Sacaluga “el desarrollo no es un buen terreno de confrontación partidaria, no resulta un asunto recurrente en tertulias radiofónicas o televisivas”, entre otras razones porque “no resulta políticamente correcto despreciar el esfuerzo que se hace en pos del desarrollo”, aunque de hecho “los más pobres no suscitan pasiones”.


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