Según el escritor alemán
August Becker, “suele decirse que tú eres como ves el mundo”. En parte,
este mundo nos viene narrado por medio de palabras determinadas por
paradigmas ideológicos. El lenguaje es un vehículo de expresión, pero
también de formación de pensamiento y de emociones. Podemos engullirlo
acríticamente o masticarlo con algo más de atención, porque a menudo
consumimos palabras que dificultan la digestión de la realidad, aunque
sacien muchos estómagos; sustantivos que repiten como el ajo saturados
de tópicos; adjetivos que actúan como los potenciadores de sabor o
eufemismos que sirven de colorantes. Con frecuencia, el lenguaje
político y económico que nos llevamos al cerebro es comida rápida,
concebida para ingerir a toda velocidad dentro de un combate ideológico.
Bollería industrial vendida como repostería fina, propaganda que nos
engorda de lugares comunes y que deja huella en nuestro organismo y aún
más, en nuestra identidad.
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